A ti, Madre Tierra.

Cómo entender la vida. Cómo darle sentido a nuestra existencia si no sabemos qué hacemos aquí. Qué hacemos como seres humanos, con tantas cualidades y capacidades, porque la realidad es que respecto a nuestras cualidades nuestros defectos estarían opacados, pero nuestros defectos se exacerban en gran medida debido a que tenemos una equivocada o vaga idea de nuestra tarea en la vida en la tierra.

A pesar de que llevamos siglos y milenios como filósofos, científicos y como humanidad tratando de responder esta simple pregunta: ¿cuál es nuestra meta?, ¿cuál es nuestra tarea, nuestra razón de existir? Y a pesar de que todas las religiones se lo han preguntado y que esto se ha debatido en todos los rincones del planeta la respuesta es muy simple. Solo basta con conectarse con la tierra, respirar profundo y meditar un momento. La respuesta salta evidentemente a nuestra comprensión por más que tratemos de complicarla y esconderla, y aunque podría ser una cuestión religiosa o filosófica, comienza siendo una cuestión meramente práctica, básica de supervivencia, cuidarnos a nosotros mismos, cuidar a nuestro entorno directo y cuidar a nuestro planeta. Nuestra gran madre, la tierra.

Profundizando un poco en esto, ya que es abrumadoramente evidente e incontestable, y es definido como un axioma. Para entender cuál es nuestra tarea, solo tenemos que comprender que somo seres vivos, y nuestra tarea es la de la vida, y la naturaleza de la vida es vivir: nacer, crecer, expandirse y vivir eternamente, nuestra lucha es con la muerte. Por eso nos reproducimos. Para seguir viviendo y hacer todo lo posible para lograr lo imposible. No morir.

La hazaña más grande de la vida es expandirse para vivir, salir de su zona de confort de su ecosistema, de su macrosistema, de su valle, de su región, de su continente y del planeta mismo, es por eso que el hombre tiene tal obsesión por poder viajar fuera del planeta e ir al espacio a conquistar otros planetas, otros mundos. Y eso, a veces le hace sentir superior a otras formas de vida. Ahí es cuando salta uno de los pocos pero grandes defectos del hombre; sentirse superior, mejor, pero incluso en esto, otros seres vivos lo aventajan por mucho.

Mientras el hombre apenas ha llevado al espacio exterior unas cuantas toneladas (muchas de ellas inertes y sin ninguna capacidad de expandir la vida), otros seres más humildes, como los helechos, han mandado millones de toneladas de vida al espacio. Los helechos se reproducen a través de esporas que son tan livianas y aerodinámicas que con la suficiente fuerza del viento, alcanzan la estratosfera, y una vez llegando ahí son tan livianas que siguen flotando lenta pero inevitablemente hacia todos los confines de la galaxia. Una vez en el espacio estas esporas pueden mantenerse miles de millones de años inertes. Si no son quemadas por la radiación o dañadas por algún fenómeno químico muy raro en el espacio, pueden llegar a cualquier lugar con condiciones propicias para ellas como humedad y temperatura adecuadas y pueden desarrollarse, muchos científicos, como Carl Sagan, afirman que es muy probable que haya varios planetas con variedades de helechos entre sus formas de vida, tal vez la única en ellos, incluso hay muchas posibilidades de que haya sido así como la vida llegó a la tierra.

Entonces, la finalidad más elevada de la vida, es expandirse por el universo. Y no somos los líderes en esta rama como nos gusta suponer. Y continuando con esta filosofía es nuestro deber perpetuar y expandir la vida, pero para ello debemos asegurar la vida por lo menos en nuestro entorno, la tierra, que es nuestra gran casa. No podemos aspirar a conquistar planetas y gastar trillones de dólares en ir al espacio, si no podemos cuidar a nuestra propia madre, nuestro propio hogar, si tenemos ríos envenenados, campos devastados, desiertos donde debería haber selvas, mares llenos de desechos nucleares, y una atmósfera gris llena de aerosoles y sustancias altamente venenosas.

Si no podemos dar el primer paso, que es cuidarnos a nosotros y a nuestro ecosistema. Para qué soñamos con correr lejos de nuestra vapuleada madre. Es nuestro deber, nuestro fin, nuestra misión primordial cuidar nuestro hogar y para ello debemos de dejar de ser los rapaces depredadores del mundo y comenzar a ser sus jardineros, unos jardineros sensibles, sabios y magistrales que cuiden su casa como si fuera un jardín de bonsái, equilibrando todo, haciendo que la vida en la tierra se expanda a su máxima capacidad a su máximo esplendor, antes de siquiera aspirar a salir de ella.

Sobre este tema no es que haya debate o discusión, el hombre debe ser jardinero del mundo, el agradecido hijo, cuya madre ha dado todo y cuya madre procura con todo el corazón, o no tiene derecho a llamarse hombre, si no parasito, tumor al que debería extirpársele sin piedad.

¿Y por qué se comporta como parásito? Es fácil, tiene un profundo pero desdeñable defecto, el EGO. Este sentimiento que lo hace sentirse único, diferente y superior a lo demás, incluso a sus semejantes. En lugar de cultivar la humildad que le permita ver el inevitable papel en la vida, porque si sigue negándose ante tan abrumadora realidad solo lograra sellar irrevocablemente su destino con lo que ha provocado… la muerte.

Al mismo tiempo se ha generado una bomba de tiempo ecológica como resultado de la búsqueda del crecimiento económico desenfrenado de nuestra sociedad de consumo. En lugar de cambiar nuestro estilo de vida y prioridades, se siguen saqueando los recursos de nuestro planeta a expensas de las generaciones futuras. El cambio climático recibe mucha atención en este contexto, tanto por el público en general como por los líderes de todo el mundo (Knip, 2012). Pero el calentamiento global es sólo uno de los síntomas de esta degradación (Heap, 2004). El enfoque en este problema distrae la atención de la causa de fondo: hay demasiadas personas que están consumiendo en exceso. Esto se asemeja a un mal médico que aborda los síntomas de una enfermedad en lugar de atender las causas y sus remedios. El grupo de opositores a la globalización es diverso; el control de la natalidad es un tema delicado en muchos países y la planeación orientada a reducir el consumo es percibida como una iniciativa suicida por muchos políticos.

Estamos agotando los recursos del planeta Tierra y hemos alcanzado los límites de crecimiento. Afortunadamente podemos hacer un uso más eficiente de los recursos existentes, crear nuevos materiales e inventar nuevos métodos de producción de energía mediante la ciencia y la tecnología modernas. Las últimas décadas han generado avances interesantes en esta área, pero todavía son muy insuficientes para resolver los problemas mundiales actuales. La creciente preocupación de la opinión pública es positiva y ha impulsado la participación de jefes de Estado y otros tomadores de decisiones en reuniones mundiales acerca del tema. De cualquier manera, aún queda mucho por hacer.

Categorías: COMUNICACION

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